Opinión

La luz perdida

Por: Luis Villegas Montes

Sí, ya sé lo que escribí la semana pasada; que iba a terminar el año a tambor batiente y despotricando en contra de AMLO a partir de tres libros (uno ya lo comenté, México en el precipicio[1]), así como El rey del cash[2] y El gran corruptor,[3] ambos de Elena Chávez; pues resulta que no. 

En el camino se me atravesó un libro extraordinario que será, ¡cómo no!, por los siglos de los siglos y para siempre jamás, uno de mis preferidos, La luz perdida, de Nino Haratischwili.[4] Hace justos cinco años descubrí a la autora. En esos ayeres escribí: “Cuando leí la crítica que, a su aparición, dijo de ella: ‘Mágica como Cien años de soledad, intensa como La casa de los espíritus, monumental como Ana Karenina’, incrédulo pensé: ‘ya, ya, ya, que sea menos’; pues no; estaba yo total, profunda, absoluta, definitiva y festivamente equivocado. La novela en efecto es lúcida, vívida, intensa (casi épica) y tiene, ¡cómo no!, un leve toque de magia”; pues viene esta nueva novela a deslumbrarme. 

Agregué, luego sobre esa experiencia: “En este momento, mis autores consagrados se están recorriendo —Almudena se ve muy oronda, como que sabe quién es ella— para hacerle un huequito a Nino Haratischwili, joven escritora alemana de origen georgiano, autora de ‘La octava vida (para Brilka)’;[5] y que narra los pormenores de una familia georgiana que padece los horrores de la Revolución de Octubre, de la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas, con la excusa de relatarnos la vida de distintas mujeres emparentadas entre sí: Stasia, la tatarabuela de la ‘autora’ del relato; Christine, hermana de la primera; Kitty, la tía abuela; Elene, la madre; Daria, la protagonista de la narración; y Brilka, sus sobrina de doce años. El libro es una delicia y, de veras, puede situarse sin sonrojos al lado de ‘Guerra y Paz’ de León Tolstoi; por lo menos en ese rubro que solía afirmar Vladimir Nabokov, célebre autor del clásico ‘Lolita’: ‘Cuando se lee a Tolstoi, se lee porque no se puede dejar el libro’;5 otro convencido, como el que esto escribe, de que la amenidad no está reñida con la extensión”. 

Pues así están las cosas. Este fin de año me encuentra feliz porque en esas minucias, en esos pequeños detalles, es donde uno encuentra (yo por lo menos) ocasión para congraciarse con la propia existencia. Lector ávido como soy, un poco desesperado también, de esos que cuando una novela que me gusta mucho empieza a terminarse ya lo estoy lamentando y esperando la próxima del mismo autor, viene La luz perdida a obligarme a replantear algunas de mis prioridades. Lo que escribí hace cinco años se vuelve funesta certeza pues esos autores dilectos se van acabando; ahí está Almudena Grandes, por no ir más lejos, que se murió hace relativamente poco tiempo; como se fueron Carlos Ruiz Zafón o, en su momento, Stieg Larsson; o como se me han ido, sí, a mí, García Márquez, Mario Benedetti, Mika Waltari, Gary Jennings, Umberto Eco, Giovanni Guareschi, Herman Hesse, Scott Fitzgerald, Arthur Conan Doyle, Sor Juana, José Rubén Romero, Jorge Ibargüengoitia, Irving Wallace, Rubén Darío, Marguerite Yourcenar, Irving Stone, James Clavell, Alejandro Solzhenitsyn o Rudyard Kipling. 

Quiero creer que estoy en ese punto de mi vida en que es necesario empezar a disfrutar de las pequeñas dichas cotidianas sin esperar los grandes festejos; descorchar y beber, ya, esa botella que lleva guardada demasiado tiempo; no esperar a usar esa prenda que guardábamos para una ocasión especial, porque ésta es esa ocasión especial; nada puede ser más especial, ni más hermoso, ni más importante que este asunto de estar respirando en este preciso momento; es necesario reír más y trabajar menos; y, por supuesto no podría ser de otro modo, que conste, gastar el tiempo con la gente que te gusta y no perderlo porque son muchos y lo abruman a uno con los tontos, los hipócritas, los codiciosos, los mezquinos. 

En este asunto de cerrar círculos, me regocija pensar que me queda mucha Nino Haratischwili para seguirla leyendo (ella tiene apenas 40 años de edad, yo 57) y me gusta pensar que la voy a poder leer hasta su último libro… que será el que yo lea y no el que ella escriba, porque la vida es así, un subibaja, un tobogán, un columpio, una lámpara, un abrazo, un mañana, una esperanza, un beso, un segundo y sí, definitivamente un buen libro, una taza de café y varios amaneceres más. 

Por eso decidí ocuparme de AMLO hasta la siguiente semana, cerrar el año bien: echando padres y mentando madres; pero esta semana no, este 25 de diciembre no. En estas fechas, con el corazón licuado y un sentimiento de gratitud infinita a Dios nuestro señor por todas sus mercedes, recordando mucho a mi mamá (por cierto), sólo tengo ganas de desearles, a mis diez o doce lectores que se colmen todos sus deseos, que este y sobre todo el año que sigue, los halle enteros, con salud y en forma (emocional y física); sonrientes, compasivos y animosos; que los halle leyendo, amando, disfrutando de sus vidas, optimistas y dispuestos. 

¡Feliz Navidad! 

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Luis Villegas Montes. 

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