
Fuente: La Razón
Por: Ulises Soriano
En la colonia La Floresta, en los márgenes de Poza Rica, el lodo aún cubre parte del patio de la primaria Alfonso Arrollo Flores, una escuela de tiempo completo que durante años ha sido mucho más que un plantel: es el espacio donde madres y padres solteros encuentran un respiro mientras trabajan.
Hoy, entre pupitres hinchados por el agua y libros empapados, la profesora Laura Lidia Gaitán Rosales observa cómo brigadistas llegados del puerto de Veracruz palean el lodo, mientras las nubes grises amenazan con volver a inundar ese refugio que alguna vez ofreció estabilidad a decenas de familias.
La primaria Alfonso Arroyo Flores, tras el desbordamiento del río Cazones, quedó prácticamente destruida por el agua y su fuerza. La directora del plantel relató en entrevista con La Razón lo que ocurrió aquel día: “El viernes en la madrugada empezó todo. Gracias a Dios no había niños; eso fue lo mejor que pudo pasar, porque lo que vivimos fue algo que nunca habíamos visto”.
Detalló que las aguas arrasaron con los salones, los materiales, los libros de texto y el mobiliario. “No hay pupitres, no hay nada absolutamente. Los niños se quedaron sin libros, sin útiles. Todo se perdió en la escuela”, comentó.
A seis días de la tragedia, la maestra no se detiene. “Estoy invitando a que venga quien pueda. Muchos maestros están en condiciones muy extremas, pero nos ayudamos entre nosotros. Algunos padres de familia, aun con lo que están viviendo, también vienen. Todos queremos sacar adelante la escuela”.
Entre las paredes aún húmedas, los restos grises por el lodo del lábaro patrio cuelgan de la ventana de un aula. La maestra recordó la fundación de la escuela que ocupa al menos una hectárea de la colonia.
“Somos una de las escuelas con más alumnos, porque aquí las mamás solas, los papás solos, encuentran apoyo. Les damos todas las facilidades, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde”.
De acuerdo con Gaitán Rosales, la supervisión escolar de Veracruz ya pidió estadísticas para reponer los materiales, y voluntarios externos han llegado con apoyos. “Nos dicen que sí nos van a ayudar, pero no se dan abasto. Yo creo que todo es prioridad, no sólo algunas cosas. Esta escuela podría servir como comedor o albergue, pero en estas condiciones no se puede”, comentó al señalar el comedor al aire libre en el que cada mañana y tarde alimenta a 270 educandos.
Mientras barre un rincón lleno de fango, la maestra levanta la mirada y sonríe con cansancio: “Vamos a esperar, a ver qué pasa, pero se va a recuperar la escuela”. Y aunque el agua se llevó casi todo, en los ojos y ánimo de las maestras queda claro que no logró arrastrar su esperanza ni la de quienes siguen creyendo que enseñar también es resistir.