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Los niños de la guerra: ir con miedo a la escuela en Culiacán.

Animal Político

Por: Manu Ureste@ManuVPC 

Más de 60 niños, niñas y adolescentes asesinados en un año, escuelas de luto y con atención tanatológica, y niños que confiesan su miedo: la guerra interna en el Cártel de Sinaloa también alcanza a los salones de clase.

—En la vida, lo normal es que los hijos entierren a sus padres. Pero cuando una madre es la que entierra a sus dos niños asesinados… la ciudad entera llora de dolor. Tiembla.

Tras la sentencia, Víctor Manuel Aispuro, director de la escuela primera Sócrates –una de las más emblemáticas de Culiacán–, respira hondo y esboza una sonrisa trémula. Han pasado ocho meses desde la tragedia, pero asegura que la ciudad sigue conmovida y la escuela permanece de luto por Gael y Alexander, los hermanos de 9 y 12 años asesinados a balazos en una guerra del cártel de Sinaloa que, a su corta edad, eran incapaces de comprender.

Todo ocurrió el 19 de enero. Esa noche, el estadio de Los Tomateros –el equipo insignia de la capital sinaloense– estaba lleno para ver el partido contra Cañeros de Los Mochis. Las autoridades habían llamado a la población a recuperar la normalidad y salir a las calles, aunque las balaceras entre ‘mayitos’ y ‘chapitos’, facciones del Cártel de Sinaloa enfrentadas desde septiembre de 2024, seguían brotando por distintos puntos de la ciudad.

La familia de Gael y Alexander respondió al llamado y fueron al ‘diamante’. Tras el partido, subieron a su camioneta para regresar a casa: los dos niños, su hermano adolescente de 17, y sus padres, Antonio y Miriam.

En la avenida Agricultores, a la altura del fraccionamiento Los Ángeles, la rutina familiar se quebró. Antonio se dio cuenta de que hombres armados los seguían, muy seguramente para robarles el vehículo. Un caso más de los 7 mil registrados desde que inició la guerra. Pero, según los reportes policiales, el hombre no se detuvo. Aceleró en busca de proteger a su familia.

Los criminales, entonces, abrieron fuego.

Antonio murió al instante, alcanzado por varias balas.

Gael falleció un día después en un hospital.

Alexander lo hizo al día siguiente.

Miriam y su hijo adolescente sobrevivieron.

Antonio pasó a engrosar la estadística de 2 mil homicidios en Sinaloa durante el primer año de guerra interna del cártel. La muerte de los hermanos se sumó a otra cifra: 66 menores de edad han perdido la vida en esta disputa que no perdona ni a los niños. Apenas dos meses más tarde, la pequeña Dana también quedó atrapada en una balacera entre criminales. La trasladaron de urgencia a un hospital en un coche agujereado por las balas. Ahí murió poco después. Tenía 12 años.

Los niños de la guerra: ir con miedo a la escuela en Culiacán
Foto: Jesús Verdugo/Noroeste

 “Mi hija no merece vivir con miedo”

Son las 8:50 horas del 12 de septiembre. Los niños y niñas de entre 5 y 12 años ya están en sus salones de la primaria Sócrates, ubicada en el centro de Culiacán, a un par de cuadras del estadio de los Tomateros.

Vestido con una camisa azul clara de manga corta, jeans y tenis, el director del plantel, Víctor Manuel Aispuro, se coloca bajo un porche que lo resguarda del sol, todavía tibio pero a punto de volverse el habitual plomo fundido. A sus espaldas, una puerta con dibujos de cuatro pequeños da la bienvenida con un gran letrero. Junto al marco, unos trípticos enseñan a los alumnos qué partes de su cuerpo pueden ser tocadas y cuáles no.

—Todavía estamos en un proceso de reconstrucción que nos duele mucho —asegura apenas empieza la entrevista con los reporteros de Animal Político y Noroeste—. Llevamos un tratamiento tanatológico con los maestros y con los niños. Aún no superamos la pérdida de Gael y Alexander. Eran muy cariñosos, les encantaba venir a la escuela. Aunque estuvieran enfermos, querían convivir con sus amiguitos. Les gustaba hacer deporte.

Señala con la barbilla la pequeña explanada que lleva hasta la puerta principal. A un costado, cerca del busto de Sócrates, está la cancha de futbol. Allí, sus compañeros levantaron un altar con dulces, juguetes y hasta monedas para los hermanos asesinados. Lo retiraron al terminar el pasado ciclo escolar.

Víctor Manuel hace una pausa. Sonríe. No quiere que la emoción le gane.

—En su inocencia, los niños les dejaban moneditas para que fueran a la tiendita a comprar. Algunos, en su fantasía de dolor, dicen que los han visto jugar en el patio. Es su manera de expresar que sus compañeros no debieron irse tan pronto. No les tocaba.

Dentro de la escuela, una mujer de unos 60 años funge como veladora. Con polo rojo claro, cubrebocas negro y sentada en un pupitre, vigila la entrada y responde cuando alguien toca el timbre. Afuera, no hay patrullas ni retenes militares, a diferencia de otros puntos de la ciudad donde la presencia armada es muy cotidiana. El director dice que no es tan necesario: la escuela no es el problema en la seguridad de los niños. Aunque, de todos modos, tienen protocolos y practican simulacros en caso de un ataque armado en las inmediaciones de la primaria.

—Cuidamos la escuela entre todos. Y si llamamos, la autoridad llega rápido. Pero el riesgo no está aquí. El riesgo está en el camino de la escuela a la casa, y viceversa. No hay seguridad para nadie… Y en esta guerra hay niños que están muriendo.

Los niños de la guerra: ir con miedo a la escuela en Culiacán
Foto: Jesús Verdugo/Noroeste

Recuerda, por ejemplo, el caso de la madre de una alumna que vive en la colonia Las Coloradas. Hace poco lo llamó para decirle que pensaba dejar de llevar a la niña y salir de Culiacán. No es la única: en un año de guerra, al menos 142 familias –351 personas, en su mayoría de comunidades rurales como Tecolotes, Piedras Blancas o Caminaguato– han abandonado sus hogares, según un reporte de la Secretaría del Bienestar estatal publicado por la Revista Espejo.

—Me dijo: “Tengo mucho miedo. Todos los días hay balaceras por donde vivo. Todos los días escucho disparos y gritos. Mi hija no merece vivir así”.

A la Sócrates llegan a diario cientos de niños de hasta 100 colonias distintas: de Las Coloradas a Culiacancito, pasando por la Miguel Alemán, Loma de Rodriguera, Alturas del Sur, la Rafael Buelna o el centro.

—Es muy raro que un papá o una mamá no me avise por la mañana: “Hoy no llevaremos al niño porque hubo una balacera y las calles están cerradas”. O: “No llegamos porque balearon una casa en mi calle”. Todos los días pasa algo. Por eso, en los chats que tenemos con los padres, cuando veo que la situación está difícil les digo: ‘Hoy está muy peligroso, tomen precauciones”.

De hecho, ha habido jornadas en las que las balaceras, los asesinatos y las persecuciones han sido tan intensas que en ese chat con 300 familias piden activar la modalidad de “escuela en línea”, para que los niños reciban clases en casa mediante Zoom, Skype o Whatsapp. Como en los peores días de la pandemia de Covid 19.

Las clases en línea no son lo ideal. Los niños aprenden menos y el horario es muy desgastante para el maestro, que empieza a las ocho y no sabe cuándo termina. Son cansadas y agotadoras. Pero ante esta situación, lo hacemos con gusto —admite resignado el director.

 “Tengo miedo”

Son las 9:30. De vez en cuando se abre la puerta de un salón y aparecen niños de pelo ensortijado y sonrisas traviesas. Corren por el pasillo, saludan a la cámara y desaparecen entre risas y jugando entre sí. El director baja la voz, les devuelve el gesto con la mano y una sonrisa, y espera a que se alejen para continuar con la entrevista.

—Hay niños que llegan llorando, no porque no quieran venir a la escuela, sino porque tienen miedo de que sus padres puedan ser asesinados o secuestrados. Todos tenemos miedo, la verdad. Los maestros también. Estamos cansados. Queremos vivir en paz. No queremos que nos arrebaten a un niño más —hace hincapié el director de la primaria, que el día de la entrevista acababa de llegar de Ciudad de México. Ahí viajó con otros ciudadanos y activistas para solicitar una audiencia con la presidenta, Claudia Sheinbaum Pardo, quien no los recibió, aunque sí fueron escuchados en el Senado de la República. Ahí plantearon, entre otras cosas, que más allá de los 6 mil soldados patrullando las calles, se necesita “una estrategia que utilice la tecnología y la inteligencia para detener esta guerra”.

Los niños de la guerra: ir con miedo a la escuela en Culiacán
Foto: Jesús Verdugo/Noroeste

El docente cuenta que apenas una semana previa se vivieron momentos de pánico por una balacera en las inmediaciones de otra escuela primaria, en la periferia de Culiacán.

—Atacaron a una persona. Y, de nuevo, los niños entraron en pánico. Todos estaban tirados pecho a tierra.

El 19 de septiembre, solo una semana después de esta entrevista, un grupo armado irrumpió en la Escuela Técnica Secundaria ‘Profesor Enrique Romero’, en el sector Bellavista. Incendiaron la biblioteca, causaron destrozos en la tienda escolar, la cocina y en la dirección general, y dejaron mensajes dirigidos a un grupo criminal. Eran las seis de la mañana, poco antes del inicio de clases.

Se trata de sucesos que se suman a una lista cada vez más larga y que se acumula en la memoria de niños y niñas atrapados en la guerra de un cártel. Nadie sabe todavía cuál será el impacto en su salud mental. A la violencia se añade otra pérdida: la orfandad. Entre las más de 2 mil personas asesinadas en un año de crisis de inseguridad en Sinaloa también hay madres y padres de familia.

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En un cambio de clase, Víctor Manuel invita a pasar a un aula. Es un salón típico de primaria: mesas y sillas en tres filas, mochilas y bolsas colgadas de los respaldos, letras de colores del abecedario en una pared, dibujos de dinosaurios y de Toy Story en otra. Cuadernos y lápices dispersos sobre los pupitres completan la escena.

La maestra, que enseña sumas y restas, lleva una diadema con un micrófono. Habla con una mezcla de tono dulce, pero con autoridad. Los niños, de unos 6 años, guardan silencio. Aunque siempre hay alguno distraído al que hay que llamar al orden.

De pronto, uno rompe en llanto. Viste uniforme, como el resto: pantalón azul marino, polo blanco. Llora con rabia, con la cabeza hundida entre sus brazos sobre el cuadernillo de Matemáticas.

Cuando se le pregunta a la maestra, ella acaricia maternal su pelo alborotado y explica que esa mañana llegó con un fuerte dolor de garganta.

Sin embargo, al preguntarle directamente al niño, éste levanta la cabeza, enjugándose las lágrimas, y responde.

—Tengo miedo.