
Por: Manuel Narváez Narváez
Email: narvaez.manuel.arturo@gmail.com
En estas fiestas decembrinas aprovechemos para cambiar la pantalla por la familia, los amigos y los seres queridos.
En los últimos años he sido testigo del crecimiento incontrolable de cómo la infancia manipula un aparato celular (smartphone) y los adultos nos ocupamos sólo de nuestros intereses.
Lo voy a explicar de esta manera:
1.- Las ocasiones en que salgo a desayunar, comer o tomarme un café, observo que en otras mesas donde hay adultos y niños, los padres, abuelos, tíos o quienes sean mayores degustan alimentos y bebidas, entretanto las niñas, niños y adolescentes se pierden entre tabletas y celulares.
2.- Caso contrario, cuando voy al cine son los adultos los que están clavados en los celulares, incluso cuando la cinta está corriendo y el género de ésta es para niños, sin importarles que el brillo de sus pantallas molesten a los que ocupan los asientos de atrás.
Se ha escrito mucho al respecto de esta grave situación que afecta las relaciones interpersonales, sobre todo cuando se trata de los padres con los hijos, pero la batalla es desigual frente a la abrumadora y multimillonaria publicidad de la industria tecnológica celular que vale cientos de miles de millones de dólares.
Más de 60 países como Francia, China, Holanda, Italia, Nueva Zelanda y Hungría han tomado algunas medidas para restringir el uso de celulares inteligentes en los centros educativos.
En las salas de cine invitan a apagar o poner en silencio el celular desde que la película inicia, pero esta invitación surte poco efecto, al menos en México, ya que es muy común que algunos cinéfilos revisen el celular o hablen por teléfono durante la transmisión.
Algunos restaurantes -pocos en realidad- sugieren poner en silencio o en modo avión el celular, para que los comensales, sobre todo en aquellas mesas donde hay infantes, niñas y niños, privilegien la comunicación y el diálogo durante la degustación de los alimentos.
La verdad es que la tecnología celular móvil si bien nos ha conectado globalmente, al mismo tiempo nos ha distanciado entre nosotros.
Esta herramienta para comunicar una noticia, cerrar tratos y negocios, conocer la ubicación de los hijos cuando van de paseo o fiesta, por su mal uso se ha convertido en un enemigo muy peligroso, y si me apuran, opera como el verdadero tutor y custodio de nuestras vidas.
No es cosa menor el daño que ocasiona un smartphone cuando es convertido en el distractor y nos separa de la familia, a los padres de los hijos y entre amigos. Se roba el tiempo que debería invertirse para platicar; son momentos perdidos que no volverán.
Como respaldo a esta colaboración y para dimensionar el tamaño del problema, comparto esta publicación.
Según datos recogidos por CBS News del Pew Research Center, en 2024 el 95% de los adolescentes estadounidenses de 13 a 17 años tenía un smartphone, y la penetración alcanza incluso a los más pequeños: cerca del 30% entre los 8 y 10 años, el 12% entre los 5 y 7, y alrededor del 8% en menores de 5.
Una investigación realizada por el Children’s Hospital of Philadelphia junto con las universidades de California en Berkeley y Columbia, analizó información de más de 10 mil adolescentes estadounidenses que participaron en el Estudio sobre el Desarrollo Cognitivo del Cerebro Adolescente.
Las cifras muestran que el 63.6% de los participantes ya tenía un smartphone y que la edad promedio de adquisición rondaba los 11 años.
Los investigadores determinaron los efectos de los móviles en la salud mental infantil:
Depresión, obesidad y falta de sueño.
En concreto, según el estudio, los niños que tenían un smartphone a esa edad presentaban aproximadamente un 31% más probabilidades de depresión, un 40% más de obesidad y un 62% más de falta de sueño, en comparación con quienes no tenían teléfono.
En mi opinión y por experiencia propia considero que, al igual que hacen con las mascotas, no regalamos un smartphone a niñas, niños y adolescentes sino a partir de los 16 años.
Hay mucho que compartir en estas fechas es el mejor regalo que podemos intercambiar como tiempo con los hijos, nietos, hermanos, sobrinos, primos y amigos.
Es tiempo de reconciliarnos entre nosotros, de saber cómo nos ha ido en todo este tiempo en que hemos estado ausentes pese a estar frente a frente en la mesa, en la sala, en el cine, en el café, en el restaurante, en el parque, en las filas de los supermercados o para comprar el boleto de algún evento.
No digo que sea malo poseer y traer consigo un smartphone, sólo que su uso sea para avisar que ya vamos a la cita y que llegamos bien de regreso.
Si somos capaces de cambiar nuestros hábitos, vamos a recuperarnos de los monstruos de la depresión, de la obesidad y la falta de sueño.
Si aprendemos a usar la herramienta que, ojo, no es sustituto de las relaciones personales, recuperaremos el respeto y las buenas costumbres, entonces disfrutaremos en comunidad y haremos que cada peso cuente cuando pagamos por un evento.
Vamos a emanciparnos del celular, recuperemos nuestra libertad de pensar y regalémonos el privilegio de platicar en persona, de abrazarnos y de decirnos cuánto somos importantes el uno para el otro.
Como dijo un maestro muy querido hace muchos años: “Decir te amo es muy importante, pero amar lo es todavía más”, y eso sólo es posible estando presentes.
Es cuanto.


