Opinión

La salud mental de los políticos.

Por: Francisco Flores Legarda

“La salud mental no consiste en saber
lo que quieres, sino en comprender lo que no quieres.”

Jodorowsky

Los ciudadanos nos mostramos cada vez más desencantados ante la creciente
polarización ideológica en nuestras sociedades. La polarización ideológica se
acompaña a menudo de poralizaciòn afectiva, que podríamos describir como el
disgusto emocional que nos producen aquellos que percibimos ideológicamente
alejados de nosotros, a los que planteamos una enmienda a su totalidad.

Aunque hay debate, muchos autores coinciden en señalar a los políticos como
causantes de esta polarización afectiva, alimentada por una competición partidista
crispada en la que parece difícil encontrar espacios para el acuerdo. Son tiempos
de política maniquea y peligrosa. Para muchos, la política se está convirtiendo en
un asunto triste.
Los políticos y políticas también lo sufren. Aunque la investigación al respecto es
escasa, existe evidencia de que los políticos muestran peor salud mental que el
resto de la ciudadanía, teniendo en cuenta diversos factores. Sin duda, se trata de
una profesión dura y exigente sometida a múltiples estresores, de los cuales, de
nuevo, sabemos poco.

Sí parece claro que la temporalidad e incertidumbre de la profesión, la imposición
de horarios maratonianos difícilmente compatibles con una vida personal
satisfactoria y el sometimiento constante al escrutinio público, a menudo
descarnado, deja a los políticos “sin reservas en el tanque”, como vemos a
Morena y sus pequeños aliados destrozando la Ley de Amparo, con argumentos
que ni ellos entiende sobre la retroactividad de las normas que tanto buscan
justificar, más no entienden para que sirve la Ley de Amparo, ya los veo cuando
después de sus tropelías, buscados por la justicia, ahora se vana dar cuenta que
era esta institución normativa.

Se les debe dotarles no solo de conocimientos, sino también de herramientas con
las que enfrentarse al estrés, conectarse con sus valores y aprender a cultivar la
empatía. Poco a poco, salud mental y polarización política empiezan a discutirse
conjuntamente en el debate público, es decir no treparse a la tribuna para
mentarse la madre sin construir derechos que a los ciudadanos nos siguen

arrebatando. Podemos entender que el partido oficial controla los tres poderes de
la Unión, pero hay instancias internacionales a las que no han acudido. Políticos
de oposición sin no atienden sus reclamos es hora de acudir a la Corte
Interamericana de los Derechos Humanos. Que si bien es cierto a la presidenta no
le importa lo que digan los organismos internacionales también lo es la
importancia de evidenciar que nos llevan a un camino de una tiranía bajo su total
control.
Aunque es un campo relativamente nuevo en ciencia política, sabemos que las
emociones juegan un papel muy importante en política. El miedo, el asco o la ira
influyen en nuestro comportamiento político: nos pueden llevar a radicalizarnos, a
procesar la información política de una manera sesgada, a optar por soluciones
muy conservadoras o a percibir a los otros como una amenaza; es decir, a
polarizarnos.

Por otro lado, una abundante literatura ha demostrado que el entrenamiento de la
atención a través de la meditación ayuda a regular tanto la atención como las
emociones y cambia la forma en que percibimos y nos identificamos con nuestros
pensamientos. Como lo estamos viviendo al Estado Mexicano le interesa que no
leamos, discutir abiertamente en paneles de intercambio de ideas. Claro ejemplo
el parlamento que se formo para la reformo de la Ley de Amparo, que sirvió solo
para que lo expertos en la materia se tomaran un café con galletas, eso si de
animalitos.
La idea es, pues, simple; pero no es ingenua: no podemos despolarizarnos si no
somos conscientes de que lo estamos. Meditar puede ayudar a potenciar esa
conciencia, contribuyendo a relacionarnos con menos apego a esas identidades
sólidas, tornándonos más ecuánimes y compasivo, en suma, se necesita un
ejercito de psiquiatras para que atiendan a la gran mayoría de los políticos quienes
solo se les crecer sus versillos, lo peor creen que es normal.
No parece posible que veamos los cambios que necesitamos en la vida política a
menos que todos, especialmente los que nos lideran, reconectemos de forma
auténtica con ciertos valores y con un sentido profundo de humanidad compartida.
Intervenciones basadas en atención plena en contextos políticos pueden ayudar
en este objetivo, además de proporcionar herramientas a quienes nos dirigen para
navegar un entorno en el que, conviene recordarlo, a menudo también son
víctimas voluntarias.
Hubo un tiempo en que la profesión política fue prestigiosa. A pesar de los
desafíos que conllevaba, la vocación de servicio público o el empoderamiento que
suponía mejorar la vida de la gente parecían suficientes para generar gratificación
entre quienes la ejercían, así como reconocimiento entre la ciudadanía. Cierto,
desde los tiempos de la república romana, la trastienda del poder ha sido siempre
menos brillante: luchas por la promoción personal, traiciones, conflictos,

desacuerdos o incluso marginación dentro de tu propio partido.  Sin embargo, la
aceleración de los tiempos, el continuo escrutinio de la actividad política
provocado por los medios y las redes sociales, el uso desmedido que los líderes
políticos hacen de ellos y un ambiente electoral permanente parecen estar
empujando a la profesión política a un callejón sin salida. Esta situación puede
tener consecuencias relevantes para la selección de quienes se acaban dedicando
a esta actividad.

La preocupación por el bienestar psicológico de nuestros políticos, sus causas y
sus consecuencias, ha impulsado la aparición de iniciativas y estudios para
entender mejor por qué la dedicación a la política parece conllevar una renuncia al
equilibrio emocional y al bienestar personal. Entre estas iniciativas destaca el
informe ‘Meros Mortales’ realizado por la organización Apolitical. En él se muestra
evidencia sobre el bienestar mental de la gente que se dedica o se ha dedicado a
la política. Para ello, se ha recogido un número limitado, pero revelador, de
encuestas y entrevistas en profundidad a políticos en activo y expolíticos. Sin
pretensiones académicas, es es de llamar la atención sobre las consecuencias
que la dureza de la profesión puede tener a la hora de preservar el sano juicio (en
sentido literal) de nuestra clase política, las consecuencias que ello puede tener
sobre la toma de decisiones y las políticas públicas y, sobre todo, situar el foco en
el escaso atractivo de la política para las nuevas generaciones.

Ser político hoy implica aceptar el escrutinio público de la vida personal y
profesional y someterse a una evaluación constante que en ocasiones roza la
intimidación. Un buen ejemplo de ello son los ‘odiadores’, figuras obsesionadas
con la ‘aniquilación’ de políticos. Tal peaje disuade a la mayoría de involucrarse en
política y, en cambio, la hace atractiva a personalidades con rasgos psicológicos
‘patocráticos’.

En un libro reciente, el profesor James Weinberg de la Universidad de Sheffield
utiliza entrevistas a políticos nacionales del Reino Unido, Canadá y Sudáfrica para
identificar los principales estresores a los que dice enfrentarse la profesión. Los
más citados son los asociados con el estilo de vida y sus repercusiones familiares,
los relacionados con la falta de conocimiento y apoyo a nivel organizativo -incluida
la alta competitividad dentro de los partidos políticos-, y los vinculados a la
desconfianza que perciben por parte del público, a menudo reflejada en un
cinismo creciente hacia la profesión. Este ‘estresor de la desconfianza’ redunda en
políticos que se sienten menos eficaces políticamente hablando y más deprimidos.
Las consecuencias de esto último para la toma de decisiones pueden ser severas
y, por tanto, es de interés público atender a estos estresores en el ejercicio de la
política.
Ante la evidencia de la ausencia de formación específica para la profesión política,
se vislumbra un cierto movimiento de la sociedad civil para formar al nuevo

liderazgo político. Algunas organizaciones, como las mismas academias
promovidas por Apolitical, empiezan a incorporar en los programas de formación
política aspectos relativos al autoconocimiento, como el cultivo de habilidades
psicológicas y emocionales. La aparición de ‘incubadoras de políticos’ es de
interés académico porque refleja una respuesta de la sociedad civil a las
demandas de un liderazgo político diferente. Aún desconocemos el impacto de
estas organizaciones o la eficacia de las intervenciones que promueven, dada su
novedad, pero es dudoso que, sin iniciativas paralelas para humanizar la actividad
dentro de los partidos políticos y parlamentos, este nuevo liderazgo pueda
florecer.

No obstante, queda mucha carrera que recorrer hasta que cambie la visión sobre
la profesión política, no solo desde la sociedad sino también entre los mismos
políticos, acostumbrados a la proliferación de insultos, ataques en público,
ridiculización del adversario y actitudes chulescas. Quizás la primera y urgente
tarea de los nuevos liderazgos sea, precisamente, reflexionar e impulsar códigos
de conducta y reglas para una acción política más humana y ecuánime ante los
intentos de destruirla.
Por lo pronto, que siga las instituciones de nuestro paìs, el pueblo bueno esa con
ustedes.
Salud y larga vida
Profesor por Oposiciòn de la Facultad de Derecho de la UACH
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