Opinión

Gran función del Circo Taddei.

La mesa del rincón.

El miedo a la imposición de los aranceles que impondrá el “papas fritas” a las importaciones que salgan tierras aztecas eclipsó el arranque del circo de la elección judicial.

Como se esperaba, las campañas de los suspirantes a justicieros demostraron que lo suyo no son las poses ni los choros, y como no si están acostumbrados a encerrarse y a firmar acuerdos y sentencias que otros les hacen.

Salvo los grillos hartos conocidos por bregar en el poder ejecutivo y el legislativo, por fin se conocieron los rostros de mujeres y hombres detrás de las poderosas que mandan al tambo o dejan ir a malandros, obligan a pagar manutención a los desobligados y ordenan embargar el cantón o el coche de los pránganas.

Algunas mostraron músculo, otras se enfundaron en pantalones que las hacían ver masculinas y uno que otro payasín de escasa intelectualidad, pero con vasto contenido de estupidez para atraer a facebokeros y tiktokeros.

Como el muerto, al tercer día el tsunami de videos y postes comenzó a heder y provocó que la pipol se desentendiera de la farsa en ciernes.

Desinflado el interés y reducida a una débil columna de humo dicha farsa, la precisa y sus enanos el ´roñas´ y el ´aborigen´, alzaron la voz contra el INE, igual que lo hizo en su momento el cabeza de pañal, para protestar por la prohibición de promocionar de la elección judicial.

Ese falso debate ya lo padecimos, pero la democratísima señora lo recicla, primero para victimizarse y segundo para avivar las brasas antes de que los obuses de los aranceles truenen de este lado del Bravo.

Los contras, osease los moralmente derrotados que, ni juntos ni revueltos le hacen cosquillas a la dictadura maicera y pozolera, tienen la fuerza para competir.

El pex es que la maquinaría guinda no consiga retacar las urnas. Están bien entrenadas las aves negras que lideran el vuelo de las blancas palomas que llevan marcadas las cartas, pero no tienen la certeza de cuántos votos reales obtendrán y que sean creíbles.

Los todólogos dicen que ni el diez por ciento del total de los electores va a acudir a sufragar.

En abril del 2022, la fallida revocación de mandato del pejelgarto costó a los que pagan impuestos 1670 millones de pesos, lana con la que se hubiesen pagado 13 millones de vacunas contra el covid.

A las urnas solo acudieron 16.5 millones de sufragantes, 15 millones de los cuales le dieron el Sí a Bartoloamlo de los pobres. Solo la mitad de los que votaron por la honestidad valiente 4 años atrás.

Para el uno de junio quizás la raza ande más ocupada por desafanarse de vacaciones o preocupada por conseguir la pasta para costear la canasta básica, pagar rentas, transporte y graduaciones. Los que le ponen al camello, obvio.

En resumidas cuentas, hay 70 millones de mestizos a los que les valen tres hectáreas de ya saben qué, lo que haga, diga o quién sea el gobierno, pero hay otras 36 millones de ternuritas encandiladas con la Clau y cabeza de pañal que se necesitan mover.

Con tan poquitas urnas y con cerca de dos horas para llenar los recuadros con los cinco nombres por género que se necesitan escoger entre chorrocientos anotados por cada una de las once sábanas que recibirán, pos está del nabo que voten más de 10 millones de personas. En el mejor de los casos.

Aquí es donde entra la magia de la Taddei y los asesores rusos, chinos, venezolanos, cubanos e iraníes del INE para maquillar la “más democrática elección del mundo mundial”.

De los 36 millones de supuestos votos obtenidos en las urnas en 2024, a la Clau le urge demostrar que la votación del uno de junio es proporcional a los votos de su elección y acorde al 85% de popularidad que dicen tiene.

Menos de 20 millones de sufragios emitidos serían un rotundo fracaso para el acarreo y un sonado triunfo para la desvalida oposición.

Independientemente del resultado, México ya no será igual. La democracia es solo un triste recuerdo y el estado de derecho una utopía.

Por lo demás, no es necesario molestarse en ir a perder el tiempo bajo el inclemente sol de verano, menos por una jugada donde la suerte ya está echada y las cartas van marcadas.