
Por. Francisco Flores Legarda.
“La estupidez no discrimina”
Jorodowsky
Todas semanas hemos visto como la sociedad bajo la estupidez cubren, defienden a capa y espada a la presidenta y su sequito de vulgares “políticos”, quienes ya no solo se sienten cobijados por la capa de estrellas. Creo no tiene caso señalar actos en especifico, están a la vista de la sociedad el canto de la sirena los serena, mas bien sería el canto de las brujas bajo el fuego abrazador.
Una persona puede ser muy inteligente, pero ser a la vez socialmente un estúpido. La diferencia reside en que el estúpido individual es así como nació o se volvió por razones fisiológicas y merece todo nuestro apoyo, tolerancia y comprensión. Pero el estúpido social tiene una génesis diferente: se trata de una persona inteligente que cayó en una trampa ideológica. Ciertos aspectos de la realidad se le vuelven -en virtud de este “agujero negro” de ideas en el que la persona se ha instalado- una verdad de carácter místico y hasta de perfil religioso, que reclama una devoción implacable y una prohibición de pensar fuera de ciertos esquemas y consignas, generalmente muy simples.
Simpleza que da comodidad… Y muchas veces estamos tentados a pensar que lo cómodo es siempre lo verdadero. Ejemplos de esa comodidad sobreabundan: no sólo está en las consignas simples y fáciles de memorizar e interiorizar -de la cual un inteligente podría llegar a sospechar, pero no un estúpido social-, sino que la comodidad también puede provenir de creer que esas consignas representan alguna clase de verdad, del tipo de que los ricos son malos y los pobres son buenos, que una raza es superior a otra, etc… Esto es: nos vamos sintiendo cómodos en repetir los mismos circuitos neuronales y todos sabemos que el cerebro, espontáneamente, busca seguir una y otra vez los caminos que alguna vez recorrió y que le resultaron cómodos… y que a cada vuelta del pensamiento necesita de más convicción ideológica para poder sentir el mismo placer intelectual del comienzo (aunque éste implique la violencia). Esto es lo que se llama adicción.
Éstas pueden ser inofensivas, como el ver una y otra vez episodios de una serie que nos gustó, pero otras pueden ser nocivas como verdaderas drogas y, finalmente, cuando la inquietud intelectual encuentra un camino simple de seguir y que irradia a escala social -apoyándose en el rebaño- se convierte en la única vía moral de una comunidad, ya sea por seguir ese camino como por rechazarlo, generando facciones irreconciliables que sólo sirven para desviar esfuerzos y malgastar energías sociales.
A ciertas sociedades latinoamericanas les nació un verdadero tumor de estupidez social que es, necesariamente, cada vez más grande porque se potencia a sí mismo y que rápidamente hace metástasis en todo el tejido de las relaciones sociales, afectando a devotos y enemigos (de hecho, generando enemigos a gente que no quería ser enemiga de nadie)… Y es un tumor al que no hay que menospreciar porque se acelera -tal como lo explica la cibernética de sistemas- en un proceso de autopromoción conocido como retroalimentación o feed back positivo. No obstante, esta aceleración lleva, a la vez, a un acentuación que no tiene horizonte visible más allá de la inmovilidad final: alguna clase de desastre.
La misma teoría de sistemas enseña que esto es siempre así, que todo feed back positivo (toda salida de control) forma parte de un feed back negativo más amplio que forzosamente lo reencausa hacia una nueva forma de orden… orden que pertenece a esa verdad siempre cambiante que el estúpido social es incapaz de tolerar. Pero esta nueva estabilidad se logra tras pagar un muy caro precio.
Decía Ortega y Gasset, en este mismo sentido, que es estéril el esfuerzo de tratar de sacar a un estúpido de su estupidez. Y esto es lógico, si se piensa que el órgano encargado de comprender su propia situación es justamente el que se ve afectado por esa misma estupidez.
La estupidez social abarca el sistema planetario de ideas que giran alrededor de un pozo sin fondo a donde van a parar todas las ideas e intentos de razonamiento. Sus argumentaciones devienen de devorar un aparato de conceptos congelado sobre sí mismo, ciego a la evolución del mundo y, por ende, echado a perder… y esto porque están atados a lo “verdadero”, y lo “verdadero” no puede cambiar ya que, de lo contrario, dejaría de serlo. Y así quedan ellos: atados a estructuras sociales de poder como único argumento a través del cual pueden canalizar esta voluntad de verdad.
¿Es buena la verdad? ¡Claro que es buena!, el problema es que es un “desiderátum”, un deseo, una utopía (y como toda utopía, moviliza pero no lleva a ningún lado), un algo que no es alcanzable: es el camino que se expande mientras caemos en el abismo… porque lo ciertamente verdadero siempre es flexible, mudable y nunca es igual a sí mismo: lo verdadero a escala humana vive la paradoja de tener que cambiar en forma constante para poder permanecer siempre estable.
Nada llega a ser “verdadero” si no está cambiando y siendo otra cosa en ese mismo instante en que uno lo percibe… pero esa es una perspectiva de pensamiento que no puede germinar en la mente del estúpido social, quien llegó para quedarse acomodado en su mundillo estático y extático de “verdad” y simplicidad. Hay que entender que la paradoja esencial de la estupidez social es que los grandes promotores del contexto psicosocial no son estúpidos ni individual ni socialmente hablando. Son perversos. Su “movilidad” no es el libre fluir de la realidad: no ven al mundo con libertad de movimientos, sino con la especulación sinuosa de la serpiente. No son inteligentes, sino que apenas son astutos… y la astucia es otra forma de la estupidez que suele ser muy festejada por los incautos.
La democracia es una buena defensa contra este tipo de disfunción y frustración políticas, pero no es suficiente. A veces es necesario tocar fondo… pero siempre es fundamental que se cuide la estructura republicana… Aunque también queda la alternativa de pedirle a Dios, cada uno desde su propia fe, ya que las naciones del mundo son también un reflejo del Plan de Dios para con los Hombres.
Salud y larga vida
Profesor por Oposicion de la Facultad de Derecho de la UACH
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