
Por: Manuel Narváez Narváez
Email: narvaez.manuel.arturo@gmail.com
La supuesta reforma electoral pretende fortalecer la democracia, sus mecanismos y su independencia, aseguran los morenos.
En el contexto de los vulgares escándalos de la oligarquía comunista mexicana, por los groseros y opulentos viajes al extranjero de los entenados del falso mesías, así como de las conexiones del gobierno con el crimen organizado, viene a escena la reforma electoral.
Con el viejo cuento de reducir el número de legisladores, adelgazar la nómina legislativa y ahorrar unos cuantos millones, Morena retoma la bandera que en su momento ondearon el PRI y el PAN para amagar a la hipócrita izquierda que regenteaba entonces las plurinominales.
Para quienes hemos vivido la transición de la dictadura (¿perfecta?) del viejo PRI a los gobiernos intrascendentes del PAN, la “ciudadanización de los procesos electorales y el regreso del viejo estilo de gobernar de los vástagos y nietos de la Revolución, hoy con piel de Morena, ese cuento de perfeccionar la democracia ya está muy desgastado.
Sin demérito de que la democracia es perfectible, la reforma electoral que pretende el régimen comunista de México significa dos cosas:
Primera. Desaparecer de la opinión pública la monumental exhibida que, funcionarios y fiscales estadounidenses han acomodado a prominentes miembros del partido oficial por su presunta relación con huachicoleros y cárteles -terroristas según la Casa Blanca- lo que para muchos supone un narcoestado mexicano.
Segunda.- Enmarcar jurídicamente lo que en la práctica es un hecho, el control absoluto y sometimiento del de los órganos electorales.
No me extraña que la casi invisible oposición opte por hacer tanto ruido como pueda, para llamar la atención de organismos internacionales y alertar sobre la amenaza a la democracia. ¿Cuál?
Si no mal recuerdo, la República como la conocimos ya no existe.
En tan sólo año y medio la Carta Magna fue reducida a unos simples estatutos del partido en el poder. La división de poderes ya no existe, carajo, y el poder Judicial es un banquillo para colgar a los enemigos del régimen.
La reforma electoral de Morena contempla reducir de 500 a 400 los diputados federales y de 128 a 96 los senadores de la República.
De los diputados y senadores plurinominales se pretende surjan de entre los mejores perdedores, es decir, por prelación, como sucede en Chihuahua. Quieren impedir que las cúpulas partidistas sigan agandallando las curules y escaños regalados.
Como recordarán mis contemporáneos, ese principio de la democracia pretende que las minorías sean representadas a través de las plurinominales, siempre y cuando obtengan un mínimo de 3% de la votación, en México.
Con ese modelo de representatividad los dirigentes y dueños de partidos políticos, dirigentes sindicales, las queridas, cónyuges, vástagos y cuates de todos ellos fueron diputados y senadores en diversas ocasiones.
Quién no se acuerda de Carlos Romero Deschamps, Ricardo Aldana (PRI), Joel Ayala (PRI), Leonardo Rodríguez Alcaine y Víctor Flores, todos del PRI y líderes charros de Pemex, SEP y Ferrocarriles que obtuvieron fuero en más de 15 legislaturas federales.
Los perredistas, hoy morenos en su mayoría, se agenciaron tantas plurinominales como pudieron, y sin pudor alguno. Tales son los casos de Jesús Ortega, Jesús Zambrano. Leonel Godoy, Pablo Gómez, etc.
El Verde de los pirrurris que, lo mismo ha sido cortesano del PAN que del PRI y ahora de Morena, ha hecho diputados y senadores en múltiples ocasiones a Jorge Emilio González, Arturo Escobar y Vega, entre otros cuates y cuatas.
El PT por su lado ha hecho senador y diputado federal a su dueño Alberto Anaya cuantas veces ha querido, pero también ha entregado más de doce curules entre locales y federales a la familia Aguilar de Chihuahua.
El PAN aprendió muy bien las mañas del PRI y los partidos satélites. De esas filas se han convertido en magnates legislativos de las plurinominales Javier Corral, hoy empinadito con Morena; Mariana Gómez del Campo, Santiago Creel, la familia Vicencio Bernal, Teresa Ortuño, Marco Cortés, Ricardo Anaya, Cecilia Romero, Marco Adame, entre muchos, muchas más.
Y Morena que ahora tiene el poder absoluto para adecuar a su antojo la normatividad electoral, cuenta entre su cubil con el más amplio y desvergonzado róster de explurinominales federales provenientes del PRI, PAN y PRD, que ahora fungen como alcaldes, gobernadores y funcionarios públicos.
Perdonen estimados lectores, pero si va o no la reforma electoral, da lo mismo. Ya Morena probó que los tres poderes los controla a plenitud y, tanto el INE como el TEPJF están bajo sus órdenes, sólo es cuestión de armonizar el cuerpo normativo electoral a sus intereses.
Recuperar a nuestro país no será por la vía de las urnas, no al menos en las condiciones actuales.
La elección judicial es el mejor ejemplo de que nuestro voto y los resultados ya no dependen de nosotros.
Si al caso, las entidades que aún no se someten a los designios de Morena (8) pudieran mantenerse como oasis democráticos y de libertad entretanto los electores tengan conciencia histórica y vergüenza patriótica.
Es cuanto.
P.D. Se requiere coraje, determinación y patriotismo para recuperar el buen rumbo. Entre más se atrase, peor será.