Opinión

Un asco de senado o que el Artur se nos quede en zombi


Luis
Villegas

Perdido en la magia de los libros, el sábado anterior dejé pasar un asunto que pinta de cuerpo entero a MORENA, al Senado y a los senadores de la República, sumisos, obsecuentes, timoratos, sometidos a los caprichos y dislates del Cabeza de Pañal —entiéndase el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador—, en el asunto ese de la renuncia de otro impresentable, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea. 

Este mequetrefe, al asistir por primera vez al Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, expresó de viva voz que sentía el peso de la responsabilidad: “El enorme compromiso de ser parte de una tradición de grandes juristas”;[1] para agregar, a renglón seguido, que tras un paseíto por los pasillos de la Corte y ver algunos cuadros, entendió “el peso moral, el significado de portar hoy, una toga, que antes portaron jueces como: Iglesias, Vallarta, Tena Ramírez, Guzmán Orozco”. 

Imbécil esférico (es decir, imbécil por donde se lo mire), esa escueta declaración tendría que haber servido para ponernos sobre aviso de lo que se nos venía encima; a saber, un patán que, ya como unos de los supremos jueces constitucionales de la nación, necesitó de un recorrido por el inmueble (esa minucia) para darse cuenta, para entender, para calibrar, la carga inmensa y la importancia ¡de ser ministro de la Corte!  

En efecto, ese discurso mínimo pinta de cuerpo entero la soberbia de este homúnculo pues, por el solo hecho de ser nombrado ministro, insinúa que forma parte de una tradición de grandes juristas; pobre, él, quien no fue capaz de aquilatar en su justa dimensión, antes del mentado paseíllo,[2] la trascendencia de su designación. Empero, eso no es todo, en esa asunción virtual, manifestó que lo alentaban sus ideales y vocación; que eran sus instrumentos, su disciplina y capacidad de estudio; y su soporte, sus valores y principios; y remató diciendo que asumía el servicio público de lleno: “No tengo ni tendré otra distracción. Seré ministro de tiempo completo y no tengo otra aspiración que la de cumplir con mi alta encomienda de juez constitucional”.[3] 

Así lo dijo: que sería ministro de tiempo completo y que no tendría otra aspiración más que la de cumplir con su encomienda de ser juez constitucional. A este payaso, sus ideales, vocación, disciplina, capacidad de estudio, valores y principios no le sirvieron para durar en su encargo —ni cumplir con su palabra— ni siquiera por quince años. 

Por cierto, cabe apuntar que, de esa madera, de esa textura moral, está hecha la heroína de algunos otros tarados, también senadora y ex de un montón de cosas descompuestas (como son los tres poderes federales en la actualidad). Heroína de adictos a un régimen mortífero (como el hocicón —porque sólo hocico tiene— de Rafel Espino —que ni es pino ni es nada, apenas sauce llorón—) o la insignificancia encarnada, Bertha Alicia Caraveo; de panistas fallidos, como Maderito (a) El Enano o el oootro hocicón, Germán Martínez, de voz tipluda y pantalones inservibles (debería vestir shorts), cuyas convicciones le alcanzaron hasta que le llegaron al precio; y de otra panda de inútiles y débiles mentales (entre políticos, dizque académicos y funcionarios y funcionarias judiciales malogrades). 

Como sea, retomando el hilo de estos párrafos, el artículo 98 constitucional, respecto de las renuncias de los ministros de la Corte, expresamente habla de “causas graves”; tampoco esta vez, fue el Senado capaz de resistir los designios del Ejecutivo; para colmo, para su supremo desdoro, desde antes de su renuncia, la Cosa Ésa (porque a Cosa Nostra no alcanza) se reunió con la precandidata Claudia Sheinbaum cuando todavía era ministro en funciones. Así lo admitió él en forma cínica.[4] ¡Qué asco! 

Qué asco de exministros (él y ella), qué asco de sistema, qué asco de Movimiento y qué asco de Senado; sin duda alguna, Arturo debió llamarse “Guillermo”… por memo; aunque en el apellido lleva la penitencia pues, sólo así, se explica su patronímico, ya que, de tanto cajetearla, quedó en “Lelo de diarrea”. 

En lo único que ese gorgojo tuvo razón, es cuando afirmó que agradecer, antes que una obligación, constituye una oportunidad: “Los agradecimientos de un hombre son al final la gran síntesis de su vida; componen la verdadera biografía de una persona”. 

¡Hay cada muerto en vida!  

Total, que el Artur se nos quede en zombi

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Luis Villegas Montes. 

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