
Por: Manuel Narváez Narváez
Email: narvaez.manuel.arturo@gmail.com
De aquellos fríos que hacía en los 80 y de aquellas nevadas copiosas -incluso a destiempo- que vestían de gala a la heroica capital, sólo vagos recuerdos quedan.
El 14 de septiembre de 1982 mi tía Rosy (qepd) y mi tía Magda me llevaron a un supermercado en el entonces Distrito Federal, hoy CDMX, para comprarme una chamarra y aguantar el duro invierno de Chihuahua.
Era la primera vez en mi vida que avanzaba más al norte de la capital del país. Chihuahua era mi destino final, y debo reconocer que no tenía idea dónde se ubicaba en el mapa.
Contaba con apenas 17 años de edad, provenía de Villahermosa, Tabasco, donde ocasionalmente en “invierno” la temperatura bajaba hasta los 12 grados Celsius. Nunca tuve un suéter, así que me aguantaba el frío temporal con una camisa manga larga, ya saben, en la adolescencia y en la juventud somos 4×4, nada nos intimida.
“¡Allá en Chihuahua hace mucho frío¡”, me decía mi tía Magda, quien ya había vivido unos años en Nashville, Tennessee, lugar que recientemente visité, donde en los setenta las temperaturas eran muy frías y común las precipitaciones en forma de nieve.
A pesar de las advertencias de mis adoradas tías, me aferré a una chamarra que, según mis estándares tabasqueños, con eso era suficiente para soportar el duro invierno chihuahuense. Bonita la canija, con mangas desmontables, color crema del pectoral hacia abajo y guinda la parte superior.
El 15 de septiembre me llevaron a la terminal norte de autobuses del DF para embarcarme a la mejor aventura de mi vida. A media mañana del 16 de septiembre de 1982 el autobús llegó a la Central Camionera de entonces, hoy Museo Semilla. Estaba fresquecito rico, quizás unos 15 grados centígrados, así estrené mi chamarra bicolor.
Llegado diciembre, con temperaturas que descendían algunos días hasta -50C, la chamarrita era insuficiente, pero ya contaba con un suéter que amarraba bien para mantener el calor corporal. Joven, guapo y bueno pa’ los fregazos, ¿cuál frío?
Recuerdo que en 1982, el último día de clases en el Bachi #1, turno vespertino, como a eso de las 5 pm sonó la campana de salida, afuera hacia un viento sabroso y súper helado, neta que mi flaco cuerpo dejó de ser un 4×4 y se volvió un vochito congelado; las manos y los cachetes estaban rojos por lo bajo de la temperatura. Ese día aprendía a amar a Dios en tierra ajena.
En esos ochenta conocí la nieve y me fui adaptando a las temperaturas de hasta -50C, las calles en muchas ocasiones amanecían con escarchas por las heladas que eran muy comunes en diciembre y enero de aquella década. Febrero con la llegada de los vientos fuertes bajaba los valores de las temperaturas.
Por la radio y la prensa escrita me enteraba que por las fuertes nevadas en la sierra se acumulaban hasta 80 centímetros del manto blanco. En Chihuahua me tocó nieve un 29 de abril y un 9 de mayo, creo.
Como mis orígenes son del sureste mexicano, donde el calor extremo es el que rifa, las bajas temperaturas de Chihuahua me gustaron, por eso disfruto mucho del frío, pertenezco a ese team, aunque ya sin la carrocería 4×4 de antes, debo tomar ciertas precauciones.
Con los años experimenté temperaturas todavía más bajas y caminé sobre calles congeladas con espesor de 10 o 15 centímetros como en Lansing, Michigan, Harrisburg, Pensilvania y Búfalo, Nueva York, y hasta 17 grados bajo cero en Filadelfia.
No estoy muy seguro, pero en diciembre de 1998, para Navidad, la temperatura alcanzó los 28 grados. Me sorprendió, sí, pero en esos años aún no hablaban del cambio climático.
Con el nuevo milenio las temperaturas muy frías, incluso las constantes nevadas en la Sierra Tarahumara y en Ciudad Juárez fueron disminuyendo.
En febrero de 2011 experimentamos en todo el estado un fenómeno, “candelilla” le dicen en la zona rural, que arrastró el termómetro hasta los ¡18 grados bajo cero! en Chihuahua capital.
Los que se acuerdan saben lo duro que fue, incluso por los estragos que dejó, entre otros reventó tuberías, congeló el agua y hubo escasez del vital líquido.
No olvido que dormí con la mejor chamarra que tenía, de esas que no son tan gruesas, pero que son de un material bastante aislante, fue insuficiente, ni las cobijas y el edredón que me eché encima me dejaron dormir a gusto; me bañé con agua casi hirviendo y el vaso con agua para cepillarme mi hermosa dentadura, se congeló, tuve que calentarla de nuevo.
También recuerdo que al día siguiente del récord salí al patio de la casa, allá por el Saucito, me recargué sobre una pared donde pegaba el sol, tenía pantalonera y una chamarra con el zipper a medio pecho, estábamos a menos 8 grados. Pan comido, había sobrevivido a los 18 bajo cero del día anterior.
En estos últimos tres años la madre naturaleza nos ha dejado en claro cuánto daño le hemos hecho. El cambio climático nos trajo 31 grados centígrados el 24 de diciembre de 2023; el 2024 ha sido el año más caluroso en la tierra desde que se tiene registro y la última semana del 24 al 31 de diciembre puede ser la más calurosa de Chihuahua, al menos desde 1982, año en que llegué a esta tierra bendita.
Las heladas no llegan y por lo tanto las plagas atacan a los cultivos; la sequía se acentúa en el invierno y las bajas temperaturas apenas si llegan a los 5 o 6 grados positivos, esto en la capital. Saquen cuentas cuántos grados Celsius ha aumentado la temperatura en los últimos 40 años.
No quiero sonar chocante, pero todos debemos una explicación a nuestros hijos, nietos, a las nuevas generaciones, a los niños, a las niñas, a los adolescentes y a los jóvenes.
Que cada quien asuma su responsabilidad y encare con vergüenza el desastre que provocamos.
Es cuanto.


