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¿Sabías que el beso podría ser un vestigio de higiene de nuestros ancestros? Según un estudio reciente, este acto de amor pudo haber comenzado con una misión mucho menos romántica: la limpieza de parásitos.
El beso es un acto que muchos consideramos tan natural como caminar erguidos. Sin embargo, ¿te has preguntado alguna vez realmente por qué los humanos besamos y de dónde proviene este gesto tan extendido? Aunque las comedias románticas nos han acostumbrado a ver el beso como el gesto máximo de amor, un nuevo estudio sugiere que este comportamiento podría tener un origen mucho menos romántico y más pragmático: la limpieza de parásitos.
En un artículo publicado en la revista Evolutionary Anthropology, el investigador Adriano R. Lameira, de la Universidad de Warwick, propone una nueva teoría sobre el origen de los besos que ha llamado la atención de la comunidad científica.
“Hipótesis del beso final del acicalador”
La teoría, denominada “hipótesis del beso final del acicalador”, sugiere que el beso actual es un vestigio evolutivo de las sesiones de limpieza entre nuestros antepasados primates, algo que podría estar estrechamente relacionado con el vello corporal. Según Lameira, cuando los grandes simios terminan de acicalarse mutuamente, suelen realizar un gesto final: presionar los labios y hacer una ligera succión para eliminar restos o parásitos del pelaje de su compañero.
“El beso no es una señal de afecto derivada de los humanos, sino que representa una forma de acicalamiento de los primates que conservó su forma, contexto y función ancestrales”, afirma Lameira en su artículo.
A medida que los humanos fueron perdiendo su pelaje a lo largo de miles de años, estas sesiones de limpieza se volvieron menos necesarias. Sin embargo, ese último gesto de acicalamiento —el “beso final”— habría persistido como una señal social, evolucionando gradualmente hasta convertirse en el beso que conocemos hoy, según Lameira.
Antes de esta propuesta, existían otras teorías sobre el origen del beso. Algunas lo vinculaban con la lactancia materna, otras con la práctica de alimentar a los bebés con comida premasticada, e incluso había quienes sugerían que era una forma de “olfateo” para evaluar la compatibilidad genética. Sin embargo, según Lameira, estas hipótesis no logran explicar completamente el contexto y la función actual del beso.
El beso: ¿más bien una construcción cultural?
Si bien esta propuesta es intrigante, cabe subrayar que sigue siendo una hipótesis en desarrollo. Por ejemplo, besar no es una práctica universal en todas las culturas humanas. Un estudio de 2015, publicado en American Anthropologist, mostró que solo el 46 % de las 168 culturas analizadas incluye el beso romántico en sus costumbres. En algunas comunidades indígenas de cazadores-recolectores, de hecho, besar se considera poco agradable. Esto sugiere que el beso podría ser más una construcción cultural que un instinto innato en nuestra especie.
Además, otros primates no simios tienen rituales de vinculación social que difieren significativamente del beso. Por ejemplo, los monos capuchinos demuestran afecto metiendo los dedos en las fosas nasales y los ojos de sus compañeros, un comportamiento que, aunque extraño para nosotros, cumple una función similar en su sociedad.
En el caso de los humanos, las normas socioculturales también han establecido diferentes tipos de besos según el contexto. Los antiguos romanos, por ejemplo, distinguían entre tres tipos: el osculum (beso en la mejilla para mostrar afecto social), el basium (beso en los labios para relaciones cercanas no sexuales) y el savium (beso erótico).
Estudios futuros
En definitiva, la “hipótesis del beso final del acicalador” propuesta por Lameira plantea un camino prometedor para futuras investigaciones sobre la evolución del beso y otros comportamientos humanos. Consciente de que aún hay mucho por explorar, Lameira sugiere que comparar los comportamientos de acicalamiento entre distintas especies de simios, especialmente aquellas con diferentes densidades de pelaje, podría revelar pistas clave sobre el origen y evolución de este gesto.
“Para comprender en el futuro la evolución del beso humano y otros comportamientos exclusivos de nuestra especie, será importante tener en cuenta y ponderar la influencia del contexto socioecológico, cognitivo y comunicativo más amplio de los antepasados humanos”, concluye Lameira.
Aunque la teoría del “beso final del acicalador” aún necesita más evidencia para ser confirmada, ofrece una explicación fascinante sobre cómo un simple gesto de higiene podría haberse transformado en uno de los símbolos más universales de amor y afecto en la cultura humana moderna. Quién diría que un gesto tan íntimo podría tener raíces tan peludas.
Editado por Felipe Espinosa Wang con información de Newsweek, Popular Science, Phys.org e IFL Science.