Opinión

El maniqueísmo es el tiempo de México

La semana pasada me ocupé del debate presidencial que, por haberse celebrado en domingo por la noche, no pude comentar. La semana previa ha dado para todo. Destaco una sola cosa: cómo algunos de los comunicadores en teoría opositores al régimen (comentaristas de Latinus, Ángel Verdugo, etc.), en un alarde de “ética periodística” (o “deontología crítica”) —que, en este momento, sale sobrando—, destacaron un supuestamente infortunado desempeño de Xóchitl Gálvez frente a su contrincante Claudia Sheinbaum. El debate se examinó, supuestamente, desde todas las ópticas y todos los enfoques posibles. Basura.

Sí, sí, sí, muy consecuentes con su percepción de la “realidad” nacional, pero perdieron la oportunidad de demostrar que entienden, de fondo, de lo que en verdad se trata este asunto. No es posible destacar ese pretendido pobre desempeño de Xóchitl frente a Sheinbaum a partir de su nerviosismo o dificultades técnicas derivadas de la producción del debate, sin recalcar con todas sus letras, y hasta sus últimas consecuencias, el desempeño de Claudia.

Una mujer que reiteradamente mintió, que consistentemente minimizó sin argumentos o que omitió responder en forma precisa y clara, los cuestionamientos directos que se le formularon a la cara, no puede decirse que salió airosa, digna ni mucho menos triunfante de este ejercicio.

Una mujer que, sin un gesto, que sin una mueca, que sin un ademán siquiera, enfrentó la andanada de acusaciones (todas ciertas, veraces y comprobadas) lanzadas en su contra, no es una persona, no es un ser humano, es una máquina. A mí, esa Claudia impávida me horroriza, me parece una sociópata; eso, o estaba drogada.

Un ejemplo clarísimo de esto que afirmo es el cuestionamiento directo que Xóchitl Gálvez le dirigió a Claudia Sheinbaum: “Le pregunto a Claudia, hay información de los Panamá Papers donde tu familia no tiene una, sino tres empresas en paraísos fiscales para evadir impuestos El abogado que utilizó tu familia fue abogado de los delincuentes del crimen organizado”; la aludida, expresamente respondió que era “‘absolutamente falso. ¿Cómo creerle a una mentirosa?’”; lo grave de esta respuesta falaz es que, al día siguiente, la misma Claudia reconoció: “El tema de los Panama Papers, mi abuela, que tenía una cuenta muy chiquita de alguien que le ofreció poner una cuenta por ahí, es una cantidad mínima que no tiene nada que ver con un escándalo ni mucho menos”.[1] Las explicaciones posteriores de Claudia, verdaderas o no, salen sobrando; lo único cierto es que, en un santiamén y sin mover una ceja, la señora le mintió a millones y millones de mexicanos.

Ése era el tema, ése y no otro. Quien piense o diga otra cosa, está definitivamente tonto. Es un hablador, un estorbo, casi un adversario; y es así, porque los únicos enemigos a vencer en esta lucha en que estamos inmersos, son MORENA, MORENA y su presidente, Andrés Manuel López Obrador; MORENA, Andrés Manuel López Obrador y su narcocandidata, Claudia Sheinbaum.

¿Tiene dudas? ¿Quiere asentar sus ideas? Lea a Pablo Hiriart.[2] Escribe este señor, entre otras ideas magistrales: “El domingo quedaron expuestas dos miradas sobre México: la que niega la realidad, y la que reclama rescatar la salud abandonada, la seguridad perdida en los abrazos a criminales y la educación como motor de la movilidad social”; y ahonda en la línea principal de estos párrafos: “Con sorpresa leí ayer lunes que una gran mayoría de analistas políticos y comentaristas, respetables y de buena fe, vio a Claudia Sheinbaum ganar el debate”; y abunda: “Mayor fue la sorpresa al leer que la candidata de Morena ganó porque ‘no cayó en provocaciones’.  ¿De cuándo acá se le llama ‘no caer en provocaciones’ al no responder señalamientos concretos y fundamentados sobre realidades? ¿De cuándo acá mentir a sangre fría es ‘no caer en la provocación’? Por lo visto, incluso para las personas mejor informadas tiene más valor negar la realidad que exhibirla”.[3]

Agrega Hiriart lapidario: “Hay 240 mil millones de pesos del sector salud ‘que el gobierno desvió a obras faraónicas’. La negligencia y el desdén por la salud provocaron el desabasto de medicinas y la muerte de un cuarto de millón de mexicanos, que no debieron morir por la pandemia. Ahí estaban, en el foro del debate, familiares de víctimas de la negligencia criminal. Todos los ataques de Xóchitl tenían sentido y estuvieron argumentados”.[4] ¿Qué querían, entonces, tarados?

¿Es usted güevón? ¿No le gusta leer? Vea a Brozo.[5] Dice Brozo tajante, lúcido, sucinto, sobrio, escueto: “Claudia Sheinbaum no ganó [el debate] no lo ganó, lo sobrevivió” y “Claudia no contestó nada”. Así de simple. Frente al tsunami de señalamiento demostrados que le lanzó Xóchitl, la estrategia de Claudia, la consen del presidente, la única estrategia, fue la descalificación, el silencio o la mentira. ¿Cómo, pues, pudo ganar el debate?

Por otro lado, no hay que soslayar que el mayor crítico de Claudia en el debate fue López Obrador:“‘Ella sólo defendió su gobierno en la ciudad, contestando a cada señalamiento que le hicieron sobre su administración, pero cuando las causaciones de corrupción, ineptitud o negligencia, tanto de los moderadores como de Xóchitl Máynez se referían al gobierno federal, evitaba contestar. El presidente se sintió agraviado porque Claudia no defendió con más vehemencia al gobierno federal. No supo defender lo que se ha hecho en este gobierno’, aseguró una de las fuentes cercanas al inquilino del Palacio”.[6] Noción que se refuerza porque el periódico consen del presidente, La Jornada, al día siguiente y tres días después, con todas sus letras, publicó respectivamente: “¡Claro que tengo padre!’, sostenía la adorada mano: ‘Si no, ¿cómo estaría yo aquí?’[7] y “Fue tanta la preocupación por ganar la batalla, que se olvidaron de los logros conseguidos por un fuerte liderazgo y muchos y leales profesionales, ¡que vaya que los hubo!”.[8]

En pocas palabras, en esta lucha singular, entre el retroceso, la desintegración social, el desmantelamiento de las instituciones y la paulatina destrucción del país en que vivimos por parte de AMLO y su narcocandidata y la oferta de Xóchitl Gálvez, que significa exactamente lo opuesto: la renovada esperanza de reconstruir todos juntos nuestro país, apuesto por esto último; y quien no lo vea así, es y será mi adversario político.

No puede ser de otra manera. Quien no entienda la disyuntiva, quien no comprenda la encrucijada en la que estamos, quien no se dé por enterado de la dicotomía de esta hora, definitivamente no sabe ni entiende nada de nada. Por increíble que ocurra, por insólito que pueda parecernos, definitivamente sí, el maniqueísmo es el tiempo de México.

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Luis Villegas Montes.

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